En los últimos días me ha estado rondando
el diccionario, la cabezota y las horas un término que —como todos los que
valen la pena y nos hacen humanos— es harto complejo, al grado de tener tantas
acepciones como homo sapiens hay en el planeta: La familia.
Es evidente que la familia es una forma
de organización harto importante y que es de tal relevancia que se le ha
llamado "la célula básica de la sociedad". Quien esto escribe no está
de acuerdo del todo con este título, puesto que me parece (y que conste que
esto es sólo una percepción meramente personal), que en la medida en la que
produzcamos mejores personas, capaces de dejar a un lado sus zonas de confort
egocéntricas, y que se encuentren entonces habilitadas para formar y consolidar
parejas estables, responsables y respetuosas, entonces podremos tener familias
con las aspiraciones socio-poéticas que nos han querido vender desde siempre.
Es decir, la familia como concepto es todo
a lo que aspiramos como especie: En ella se comparte, se respeta, se quiere
incondicionalmente, se apoya, se unifica, se hacen frentes comunes para apoyar
a sus miembros en tiempos de desgracia, y se esparce la felicidad franca cuando
a alguno de nosotros nos toca el gentil apapacho de Fortuna.
En efecto, la familia es eso y mucho más:
Es donde ensamblamos nuestras bases morales, donde perfilamos nuestro
comportamiento, el lugar donde aprendemos cómo tratar a nuestros semejantes de
todo número de patas; es, en fin, la referencia obligada para saber quiénes
somos, y de dónde venimos.
Es cierto, la familia es una forma
elemental y deseable, siempre y cuando ésta sea regularmente funcional,
éticamente fuerte y socialmente responsable.
Pero más allá de la teoría, a este orate
que bloguea le vienen a la sesera dos puntos de quiebre para el concepto de
familia:
UNO: Que todos los valores familiares que
se quedan en la teoría o en la mera verbalización son nada más que aire
caliente. Si decimos amar a los miembros de nuestra familia pero despreciamos
sus necesidades (físicas, emocionales o aún jerárquicas), si usamos el vínculo
familiar con la Ley de Azadón —es decir, sólo cuando se trata de jalar y jalar,
o únicamente cuando nos conviene—, tarde o temprano la unión terminará por
reventar. "Obras son amores, y no buenas razones", bien sentenciaban
los abuelos.
DOS: Que para que el asunto de la familia
cuaje, es indispensable que todos los esfuerzos, las voluntades, los
sentimientos y las virtudes hechas obra (ver punto anterior) sean recíprocas, e
incumban a todos los miembros que conforman esta micro sociedad. Por más que
uno ponga de su parte en entender y atender, en escuchar y en remendar, en
entrever y entretejer, mientras no se encuentre con una respuesta al estilo de
Newton (de igual dimensión y en sentido opuesto, es decir, de regreso), no
esperen que este negocio camine.
Quizás sea por ello que los amigos en cuyas
manos pone una la vida, aquellos por los que se meten las manos al fuego con
plena certeza de recibir a cambio la misma moneda, ellos a quienes llamamos
"hermano" a veces más que a nuestros consanguíneos, esos que tienen
para con nosotros los detalles en correspondencia, los que están ahí y de vez
en vez nos preguntan : "¿cómo estás?", ellos son a quienes sabiamente
la voz popular llama "la familia que elegimos".
Porque en mi corto entendimiento, sólo
así se puede conformar una estructura sólida: con todos jalando parejo, cada
cual desde su trinchera, en sus propias medidas y proporciones. Entiendo que no
se le puede pedir a un niño lo que se le exige a un adulto, pero hay actitudes
y voluntades que pesan más que cualquier aportación material, monetaria o física.
Sé también que no soy quién para venir a
hablar de familias. Soy un desarraigado que aprendió todo esto por la mala, y
quizás estas líneas son como el reporte financiero en voz de un indigente.
Pero en los últimos años he tenido la
bendición de reencontrarme con este término. De acuñar nuevas denominaciones
donde antes sólo había huecos conceptuales.
Y también he tenido la oportunidad de
aprender, y por eso me tomo la libertad de compartir con mis tres lectores
estas humildes líneas.
Y tan tán.